El pasado mes de marzo, una abuelita de nombre Louise Berard compró su habitual billete de lotería; sin imaginarse todo lo que estaba por ocurrirle. A sus 82 años, esta abuelita de la ciudad canadiense de Winnipeg; salió de casa para hacer varias compras, pero extravío su monedero de forma accidental durante la mañana de ese día.
Desafortunadamente en su monedero, además de algunas monedas y billetes, se encontraba un boleto de lotería que había adquirido ese mismo día. Pero a pesar de que lo buscó por todas partes cuando regresó a su casa, no logró encontrarlo.
Pero ese mismo día, un trabajador de la oficina de correos, encontró un monedero antes de cerrar las instalaciones. Y con la esperanza de que hubiera una identificación dentro de el, lo abrió, pero en su interior sólo había unas cuantas monedas, unos dólares y un boleto de lotería.
El monedero regreso a manos de la abuelita junto con su boleto de lotería
El empleado de la oficina postal de nombre Andre Philippot, decidió entregar el monedero al departamento de objetos perdidos. Mismo que permaneció en el lugar durante seis semanas sin que nadie lo reclamara.
Hasta que el trabajador recordó el boleto de lotería que había en su interior; por lo que habló con sus compañeros y lo llevó a una tienda de loterías para ver si estaba premiado.
La sorpresa que se llevó Philippot fue enorme, pues el boleto tenía un premio de 100.000 dólares canadienses. Y pese a que la esperanza de encontrar al ganador era mínima, el trabajador sabía que existía una pequeña posibilidad, por lo que después contactarse con la lotería ya sólo quedaba esperar a que alguien lo reclamará.
Y casi tres meses después de haber perdido su monedero, la abuelita volvió a la oficina de correos y la persona que le atendió, por curiosidad le preguntó si hace poco había perdido su monedero; a lo que la mujer respondió que si con una gran sonrisa. Después de asegurarse que ella era la dueña, la contactaron con los responsables de la lotería.
Sin imaginarse que su boleto estaba premiado con 100.000 dólares. La abuelita no lo podía creer: “Empecé a llorar, no podía creerlo. Voy a arreglar mi casa que necesita pintura y no puedo hacerlo yo sola!
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